La persiana estaba lo suficientemente abierta para que
los primeros rayos del sol la despeinasen. Con la madrugada dibujada en las
ojeras, había vaciado cada nota de su mente sin dejar espacio para la firma en
su Moleskine de tapa negra.
El llanto oscuro
del corazón que se apuñala cada tarde después del café porque bien sabe que el
tiempo no cura una puta mierda si no das con el veneno adecuado.
Prácticamente, no quedaba salida. Desmotivada, sin ningún
pecado más que pudiese acometer, se cortó las yemas de los dedos para no dejar
huella.