Hoy he visto a La Muerte. No era una pálida
dama vestida de negro, ni tampoco un esqueleto con guadaña. No entiendo por qué
la gente se empeña en caracterizar, casi siempre, de estas dos maneras al
último suspiro. Quizás alguien lo vio así una vez, pero es poco probable que se
pueda coincidir tanto en algo tan abstracto como La Muerte. En realidad, nadie
que viva puede afirmar que la ha visto. Y al decir esto parece que me estoy
contradiciendo. La visión de La Muerte de un vivo no es más que una simple
ilusión, un sueño, una pesadilla… lo que ocurre es que hay personas que se lo
toman muy en serio. Según mi caso, que soy alguien bastante incrédulo en muchos
aspectos, no sé bien que pensar, pero ahí queda mi “experiencia”…
Desperté en completa oscuridad. No podía abrir
los ojos, ni mover un solo músculo. Silencio. Sentía frío, y el lugar donde me
parecía estar tumbado también lo estaba. Mi nuca reposaba sobre un objeto
incómodo y casi helado. Pero, a pesar de que esta situación pueda resultar
angustiosa, permanecía totalmente tranquilo, sin llegar a comprenderlo. No
recuerdo lo que pasaba por mi cabeza en ese momento, aunque desde luego sé que
no me pregunté en ningún momento dónde estaba, ni qué hacía allí. Pasó largo rato
hasta que pude escuchar como se abría y cerraba una puerta. Momento en el que
descubrí que solamente disponía de dos de mis sentidos: tacto y oído. Los pasos
descalzos de una persona se acercaban hacia mí. Pararon y poco después percibí
el sonido que hace una mujer al mear (muy diferente al del hombre). Papel
higiénico rasgándose. El depósito de la cisterna vaciándose. Y de repente, el
ruido de una cortina corriéndose. Un grito, de una voz que yo conocía pero no
podría decir con exactitud de quien era, pronunciando mi nombre retumbó en mi
cabeza. Unas manos frías femeninas me agarraban levantándome de aquél lugar.
Escuchaba lamentos y blasfemias. En varias ocasiones sentí sus labios pegados
en mi frente, en mi cuello y en mi boca. Sus pechos contra mi cuerpo al
abrazarme. Su pelo suave al agachar la cabeza. Su cara bañada en lágrimas al
rozar con la mía. Me encontraba de pie, inmóvil, sujeto gracias a aquella mujer
que me abrazaba. No sé bien si ella me soltó o yo resbalé, pero caí hacia
atrás. Un golpe seco, frío y metálico en mi nuca. Otra vez silencio absoluto.
Oscuridad total. El tiempo se paró. Varios relojes estallaron. Después vino a
mí la imagen de un hombre tumbado boca arriba en una bañera, con la nuca
sangrando pegada al grifo y los ojos muy abiertos, aunque sin vida.
Ahora no sé si aquel hombre era yo, ni si
conocía realmente a esa mujer, ni si el cuarto de baño era el mío. Por si acaso
he decidido que voy a cambiar la bañera por una ducha, aunque no tengo la menor
idea de cuándo voy a hacerlo. Porque por muy absurdo que parezca, esa situación
parecía tan real que incluso daba miedo. Yo no suelo hacerle demasiado caso a
mis sueños, pero podría decir que esta fue mi visión de La Muerte: un hombre en
la bañera.
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