28.2.06

Un hombre en la bañera

Hoy he visto a La Muerte. No era una pálida dama vestida de negro, ni tampoco un esqueleto con guadaña. No entiendo por qué la gente se empeña en caracterizar, casi siempre, de estas dos maneras al último suspiro. Quizás alguien lo vio así una vez, pero es poco probable que se pueda coincidir tanto en algo tan abstracto como La Muerte. En realidad, nadie que viva puede afirmar que la ha visto. Y al decir esto parece que me estoy contradiciendo. La visión de La Muerte de un vivo no es más que una simple ilusión, un sueño, una pesadilla… lo que ocurre es que hay personas que se lo toman muy en serio. Según mi caso, que soy alguien bastante incrédulo en muchos aspectos, no sé bien que pensar, pero ahí queda mi “experiencia”…

Desperté en completa oscuridad. No podía abrir los ojos, ni mover un solo músculo. Silencio. Sentía frío, y el lugar donde me parecía estar tumbado también lo estaba. Mi nuca reposaba sobre un objeto incómodo y casi helado. Pero, a pesar de que esta situación pueda resultar angustiosa, permanecía totalmente tranquilo, sin llegar a comprenderlo. No recuerdo lo que pasaba por mi cabeza en ese momento, aunque desde luego sé que no me pregunté en ningún momento dónde estaba, ni qué hacía allí. Pasó largo rato hasta que pude escuchar como se abría y cerraba una puerta. Momento en el que descubrí que solamente disponía de dos de mis sentidos: tacto y oído. Los pasos descalzos de una persona se acercaban hacia mí. Pararon y poco después percibí el sonido que hace una mujer al mear (muy diferente al del hombre). Papel higiénico rasgándose. El depósito de la cisterna vaciándose. Y de repente, el ruido de una cortina corriéndose. Un grito, de una voz que yo conocía pero no podría decir con exactitud de quien era, pronunciando mi nombre retumbó en mi cabeza. Unas manos frías femeninas me agarraban levantándome de aquél lugar. Escuchaba lamentos y blasfemias. En varias ocasiones sentí sus labios pegados en mi frente, en mi cuello y en mi boca. Sus pechos contra mi cuerpo al abrazarme. Su pelo suave al agachar la cabeza. Su cara bañada en lágrimas al rozar con la mía. Me encontraba de pie, inmóvil, sujeto gracias a aquella mujer que me abrazaba. No sé bien si ella me soltó o yo resbalé, pero caí hacia atrás. Un golpe seco, frío y metálico en mi nuca. Otra vez silencio absoluto. Oscuridad total. El tiempo se paró. Varios relojes estallaron. Después vino a mí la imagen de un hombre tumbado boca arriba en una bañera, con la nuca sangrando pegada al grifo y los ojos muy abiertos, aunque sin vida.


Ahora no sé si aquel hombre era yo, ni si conocía realmente a esa mujer, ni si el cuarto de baño era el mío. Por si acaso he decidido que voy a cambiar la bañera por una ducha, aunque no tengo la menor idea de cuándo voy a hacerlo. Porque por muy absurdo que parezca, esa situación parecía tan real que incluso daba miedo. Yo no suelo hacerle demasiado caso a mis sueños, pero podría decir que esta fue mi visión de La Muerte: un hombre en la bañera.