Prisionero
de su esfera. Guardián de su propio mundo, construido sobre la base de un
cemento barato. Cuatro paredes enladrilladas con promesas se habían hecho
impenetrables por el paso del tiempo. Una única ventana demasiado pequeña para
poder mirar a través de ella. Una puerta que ya no recordaba cómo abrir.
En
otro tiempo habría sido muy sencillo, conocía las palabras mágicas. Aunque
ahora no serían suficientes. Las dudas pesaban demasiado para llevarlas a la
espalda. Ya ni siquiera escuchaba esa voz que le ordenaba: ¡Anda… levántate!.