27.11.11

Fuera del Paraíso


entonces

las palabras cuentan el silencio

atravesando el filo en el túnel de tu boca

y yo te hablo

no me escuchas

y yo te busco

no me encuentras

9.10.11

Mirar se

Demasiado tarde. Había vuelto a meter la pata hasta el fondo, y lo supo nada más comenzar la pregunta. Como cuando tropiezas con tu propio pie y caes lentamente sin remedio: no hay vuelta atrás, estás en el suelo y sólo piensas en qué coño tendrías en la cabeza para poner tu pie encima del otro. Absurdo, sí, pero ocurre.

–Espero que estés de cachondeo –exclamó la joven apenas escucharle.
–Sí, me hacía el despistado.
–Ya, por los cojones…
–Son violetas.

Sin decir nada, dejó descansar el cigarrillo en el cenicero y abrochándose el penúltimo botón del pijama fue al cuarto de baño para mirar a la chica del espejo; la de los ojos violetas.

16.9.11

La tarde de las noches perdidas

La noche es una estrella en tu cucharilla, se repetía a sí mismo observando la constelación que formaban los cereales de la taza del desayuno. Porque esa tarde de un punto final en puntos suspensivos descolgó el teléfono y la chica que respondió al otro lado ya se había ido.

7.9.11

T


vaya mierda de príncipe azul
que ni siquiera se tira por la ventana

no voy a demorarte el sueño
cualquier cosa va a mejor
siempre gana la hoguera
apiedrapepelotijera

si despiertas
no me avises

(y)

traduzco tu respiro

aliento sin des
alimento el eco
sin escuchar


la puerta bajo tu almohada
querer decir sin decir

(te)


hablar sin ton ni el son

un bis a bis con tu mejilla
un cara a cara al cuadrado

1.9.11

El Psicólogo

1.

–Sigo viéndolo, doctor.
–¿Al fantasma?
–No es un fantasma, no es transparente. Puedo verlo perfectamente. He visto su cara, por primera vez.
–¿Cómo es?
–Marrón.
–¿Marrón? ¿Es negro?
–No, no es de ninguna raza, o al menos eso creo yo. Es marrón. Sólo marrón, como un dibujo animado, como si llevase una careta.
–¿Y no es una careta?
–No. Sus manos también son de ese mismo marrón, manos normales pero marrones… siempre del mismo tono, no cambia con la luz, siempre es igual. No tiene pelo, ni siquiera cejas. Tiene los ojos achinados, pero tampoco como un chino… es una mezcla entre vietnamita del norte e hindú, me lo ha dicho él.
–¿Habéis hablado?
–Yo no, sólo él. No le gusta que le digan nada, sólo habla. Es argentino… pero no tiene acento de ninguna parte… quiero decir que no sabría de dónde es por su voz.
–¿Cómo es su voz?
–Indefinida, sus labios apenas se mueven al hablar y su tono de voz es como el de una de esas máquinas cuando dicen su tabaco gracias.
–¿Un robot?
–No, tampoco tanto. No sabría cómo explicarlo mejor y tampoco puedo imitarle.
–¿Y qué te ha contado?
–Primero me contó un cuento. Caperucita Roja.
–¿Caperucita Roja?
–Si. ¿Sabía usted que Caperucita era adoptada y que su abuelita nunca la quiso? Siempre pensó que era una arpía avariciosa que le llevaba la cena y un montón de dulces sólo por la herencia. Que tampoco era gran cosa, pero la chica tenía mucho menos.
–¿Eso te ha contado?
–No exactamente, pero su relato lo dejaba ver así. Y el lobo no era tan malo al final, era la reencarnación del enano mudito de Blancanieves, que, por cierto, era esquizofrénica: ella y la bruja eran la misma persona, pero eso es otra historia. Ella no trataba tan mal a mudito. Él estaba harto de que nadie le hiciera caso, y es que no era mudo sino que los otros seis le hacían la vida imposible y nunca le dejaban hablar, siempre le pisaban antes de que pudiese abrir la boca. Él nunca quiso ser malo… pero las circunstancias le llevaron a querer vengarse de alguna manera y como su historia terminó antes de que pudiera hacer nada se hizo budista, porque sabía que así el destino le tendría preparada una vida mejor.
–¿Y así se hizo lobo?
–No, antes fue uno de los ratoncitos de la Cenicienta, su karma casi llega a estar a la altura del mismo Buda. Yo creo que lo hizo para ganar puntos y poder elegir su siguiente reencarnación.
–¿El lobo?
–Si, el lobo. Su venganza.
–Pero al final el lobo muere.
–No, eso es sólo la versión de algún cursi que bebía agua con gas y sabía venderse bien. Pero la verdad es que no hubo ningún cazador y que el lobo se enamoró perdidamente de Caperucita, mató a su abuela con arsénico y huyó con ella y con su herencia, tal y como habían planeado. Después se casaron y vivieron felices, hasta que un día él quiso convertir a Caperucita en licántropo, ella no lo comprendió y pidió el divorcio...
–Vaya, por lo que veo le ha contado muchas cosas.
–No se crea. Ha tenido que irse a una cita con el foniatra justo en el momento que iba a desvelarme quién era la madre de Pinocho… por lo poco que ha dicho, creo que un sauce llorón que antes fue la madre de Bambi y se quedó con las ganas de ver crecer a un hijo suyo, pero era muy desgraciada: siempre moría antes de que sus niños comenzaran el instituto…
–Veo que te influencia mucho la reencarnación.
–Es mejor que morirse y no ver nada, ¿no cree? Por cierto, ¿sabía que Peter Pan lleva ciento cincuenta y siete años cumpliendo doce años? Antes fue un niño negro que su padre vendió a una familia blanca acomodada por muy poco dinero. Murió pocos años después de una enfermedad que no supieron diagnosticar, yo pienso que fue de pena, se sentía tan diferente… pero vamos, eso ya son cosas mías. Aunque él tampoco ha sabido darme una explicación concreta.
–¿Él? ¿Te refieres al fantasma?
–No es un fantasma.
–Ya, ya, perdona. ¿Te ha dicho su nombre? ¿De dónde viene?
–Llevo tiempo hablando con usted de él. No tiene nombre, es y punto. Y no viene de ningún sitio, siempre está ahí pero dice que la mayor parte del tiempo no le hago caso. Yo creo que es algo tímido, a veces se siente mal por hablar tanto y se esconde pensando en lo que dirá después. No es como los otros, los otros tienen más problemas, la gente los rechaza… como a Mudito.
–¿Los otros? ¿Hay más?
–Claro que sí, no me creo tan importante como para pensar que soy la única que puede ver… es de lógica pura… además a él se le nota algo preocupado por ellos, nunca me lo ha contado así pero eso se sabe. Se le da muy mal mentir para todo lo que sabe. ¡Oh, vaya! Creo que es la hora, doctor.
–Si quieres podemos estar media hora más, no tengo a nadie hasta entonces.
–Me gustaría: me relaja mucho hablar de esto con usted, pero debo irme. Tengo que comprar antes de ir a casa.
–De acuerdo. Nos vemos la semana que viene a la misma hora.
–Si.




2.

Como cada mañana desde hacía veinticuatro años, exceptuando alguna que otra noche de discusiones donde sus ronquidos acabaron en el sofá o algún viaje, el doctor despertó junto a su mujer que, como en la mayoría de las ocasiones, ya estaba despierta observándole durante quién sabe cuanto tiempo:

–Buenos días, ¿qué tal has dormido?
–Como en la gloria.
–¿Sabes qué día es hoy?
–Domingo. El día que pierdo la memoria de toda la semana y te traigo el desayuno a la cama.

El doctor se levantó sin ningún tipo de retraso y fue al baño a despejarse, echándose agua por la cara. Pensaba en el tiempo que llevaba casado y lo feliz que era con su esposa. Chocaba un poco conociendo tantos casos en los que no era así, analizando a todas esas personas que pasaban por su consulta con sus matrimonios rotos… Se sentó en el váter con las manos en la cara y notó que tenía una legaña incrustada en el rabillo del ojo. Se frotó, frotó, frotó… y al abrir los ojos cayó al suelo de un enorme brinco tapándose sus partes, que aún estaban al descubierto:

–¡Oh,! Lo siento, te he asustado. No hace falta que te tapes, no es la primera vez que veo uno de esos.
–Pero… ¿qué…? ¿quién…?
–No te molestes, no hace falta que preguntes nada. Siento haberte interrumpido así, pero es mi único momento libre del día y quería aprovecharlo para conocerte. Me han hablado un poco sobre ti, dicen que eres muy comprensivo. Por supuesto no voy a contarte mis problemas, ya tienes suficiente durante la semana.
–Esto debe ser un mal sueño…
–Si esto fuese un mal sueño no tendrías espacio temporal para pensar que esto es un sueño, pero puedes pensar lo que quieras. Además a mi no me gusta meterme en los sueños de los demás, es como una violación a la intimidad, por no hablar de que yo no soy Freddy Krugger ni tú un adolescente. Al bueno de Freddy si se le daba bien eso… no sé si sabrás que lo de Krugger no era su nombre real, se llamaba Narciso Bridge, que como puedes ver no es nada comercial y no asusta en absoluto. Pero vamos, Freddy era un buen tipo, las películas que hicieron sobre él no le hacían justicia, ponían siempre a los niñatos como los buenos y como podrás saber no todos los adolescentes son ángeles. Te digo yo que Freddy no se mosqueaba así como así. Murió en un auto-cine viendo la tercera adaptación de su supuesta vida; dijeron que fue un atracón de palomitas, también se habló de suicidio… pero yo no creo en absoluto que fuera un suicidio. A pesar de todas las mentiras que contaban sobre él tenía suficiente personalidad como para saber pasar de todo eso… además tenía un hermano pequeño a su cargo al que no hubiera abandonado por nada del mundo… Oye, vas a coger frío ahí en el suelo tirado, ¿no estarías mejor sentado?
–Ah, si. Mejor, mejor…
–Eduardo Manostijeras
–¿Qué?
–Su hermano pequeño, Eduardo Manostijeras. El pobre se quedó solo, solo, solo. Y no es que se mereciese acabar así, pero era un figura de mucho cuidado. Tenía una cara de bueno que engañaría al mismísimo diablo, pero era un experto en el manejo de las navajas; atracaba bancos, nunca mató a nadie y buena parte de la sociedad le tenía como un héroe. Al final desapareció sin dejar rastro, cuentan que se enamoró de la única mujer a la que no le cortaba, una auténtica dama de hierro… ¡oh, Dios! Se me ha hecho tarde, tengo cita con el dermatólogo dentro de un cuarto de hora. Espero no haberte causado mucha molestia.
–No, ya no. Por cierto, me habían dicho que eras marrón.
–¿Marrón? No sé, supongo que todo depende de cómo se mire. ¿Tú cómo me ves?
–No te veo bien.
–¿Borroso quizás?
–No, más bien paliducho.
–Es posible, llevo dos semanas a base de verduras sintéticas. Me han puesto a régimen. Y sienta bien, lo malo es eso, los posibles efectos secundarios. Aún así te la recomiendo.
–No, gracias.
–Tú sabrás.




3.

–¡Pfff, tía! ¿por qué coño le echarán mayonesa al bocadillo de bacon? Llevamos viniendo a esta cafetería mucho tiempo y siempre se lo digo… pero nada: ¡mayonesa al canto!
–Si quieres voy a cambiártelo.
–No, ya da igual. La próxima vez se lo dejaré por escrito.
–También podrías empezar a pedir otra cosa.
–No. Me gusta el bacon, y temo que si lo pido de anchoas también le pondrán mayonesa y eso si que no, no, no… el tuyo tiene mayonesa, ¿a qué si?
–Es un vegetal.
–Vegetal con atún y mayonesa…
–Podríamos probar a ir a otro sitio.
–No sé, tampoco está tan mal para ser una cafetería de universidad, es más barato que cualquier otra cosa; lo malo es la imbécil de la camarera y tener que ver aún más tiempo las caras de los idiotas con los que vas a clase. Es casi peor que lo de la mayonesa.
–Cómo te pasas. ¡Oye, mira! Acaba de entrar el señor psicólogo. ¿Te has fijado que siempre lleva la misma ropa?
–Si. O tiene veinticinco trajes iguales o debajo de la camisa hay carne viva.
–La verdad que no sé lo que pretenderá la profesora con el experimento este de ir a visitarle una vez por semana. Yo ya empiezo a hartarme de estar una hora ahí sentada sin decirle nada, y él tan tranquilo; de vez en cuando carraspea y me pregunta cómo me ha ido el día… ¿Tú que tal? ¿Sigues con esa historia?
–Si. Yo es que no me puedo estar callada durante una hora y paso de contarle mis problemas, prefiero contártelos a ti que te conozco.
–Debe pensar que estás loca.
–No lo sé, quizás sepa que me lo voy inventando según hablo. No me ha discutido nada todavía, pero parece que le interesa lo que cuento. Yo también estoy empezando a aburrirme con el experimentito, llenar una hora hablando de una aparición que conoce las vidas de personajes de cuento es agotador, muchas veces pierdes el hilo o te quedas sin ideas.
–Al menos este año no nos podrán acusar de pasar de los rollos voluntarios…
–Si, y éste es más entretenido que los de otras veces, dentro de lo que cabe.
–No mires para atrás; lleva un buen rato analizándote.
–¿Me está mirando?
–Si, y además parece asustado.
–¡Venga ya!

La chica se dio la vuelta sonriente, él desvió bruscamente la mirada y la plantó fijamente en su café.




 

Fin.

La tarde de las noches perdidas

La noche es una estrella en tu cucharilla, se repetía a sí mismo observando la constelación que formaban los cereales de la taza del desayuno. Porque esa tarde de un punto final en puntos suspensivos descolgó el teléfono y la chica que respondió al otro lado ya se había ido.

28.8.11

Dos



Calcó cada palabra haciéndola suya, sin arte, oficio ni beneficio. La mitad original la escondía por si las moscas cojoneras se decidían a incordiar y esperaba en la puerta a que llegase, mientras observaba al carpintero que tallaba poemas pentagonales en las patas de una mesa.

23.8.11

Un deseo de última hora


-¡Acelera! –exclamó poco antes de llegar al puente levadizo, mirando hacia atrás para caer en la cuenta de que ya nadie les perseguía.

En ese momento la angustia se apoderó de él. El puente se abrió, tenían el tiempo justo para cruzarlo, y sin embargo no conseguía recordar por qué estaban huyendo, ni quién era esa joven que estaba a su lado conduciendo a toda velocidad.

Por suerte, todo era un sueño, un mal sueño, una pesadilla que se resistía a terminar. Aquella mañana, al abrir los ojos en medio del río, el agua les llegaba por las rodillas.








Publicado en Pezdeplata #86 (Edición 10-07-2011)

20.8.11

Cero


Dicen que antes de nacer, había otro hombre, más bien otro nombre, que escribía con una máscara y un guante en su mano derecha.

27.5.11

Indigna II

Ese día tuvimos un sueño.

Plazas saturadas de cualquier color, las manos sobre las cabezas, peinadas, despeinadas, calvas, adornadas, difusas, rapadas, todas ellas clamando al techo justicia y libertad. La emoción se apoderaba de los ojos de la muchacha sujetando una pancarta envenenada que hacía sangrar las entrañas de su receptor. La melodía de la guitarra del chico de la barba desaliñada funcionaba como conjuro, cual Flautista de Hamelin haciendo salir a las Ratas de sus guaridas, vaciando sus bolsillos para morir después, enterrándose vivas como castigo y asumiendo su culpa.


Y sí, ese día tuvimos un sueño.

Porque al día siguiente todo volvió a ser igual, y el que despegaba el papel del cristal sólo quería vender alguna revista o un chicle sin azúcar. Unos elegían verde, otros amarillo, el resto dormía con la conciencia en modo silencio manteniendo su enlace vía tuiter. Las Ratas se relamían riendo a carcajadas, sabían que la guillotina estaba tan oxidada que sus cabezas no rodarían nada bien y que su propia vara de medir no terminaría nunca incrustándose en el culo.

25.4.11

El Mago

A nadie le extrañó su muerte, ni que el cuerpo nunca fuese encontrado. Al fin y al cabo era un truco peligroso y lo sabía, pero era el único que hacía bien… ni cartas ni conejos recién salidos de la chistera… ni la maldita magia Borrás. Era su truco, “El Truco”, sólo que esa última vez no pudo tan siquiera empezarlo.


Días después encontraron su camiseta donde aún se podía leer: “Soy mago: te echo dos polvos y desaparezco”.

11.4.11

Los pendientes de plata

Al regresar a casa la encontró muda sentada en el sofá, con los ojos sumergidos en lágrimas y la mitad del maquillaje recorriendo su cara emborronándola; la otra mitad, en sus manos, restregada por una camisa que después de esto no podría volver a ser blanca. La chica ni siquiera apartó la mirada del suelo al oírle entrar. Él tampoco dijo nada, a pesar de encontrar el salón como si media jungla hubiese sido invitada a almorzar por allí. Dejó la chaqueta sobre la única silla que quedaba libre y se sentó junto a ella en el sofá mirando al frente.

–¿Sabes qué hora es? –dijo ella poco después, aún con la cabeza gacha.
–Sí, las doce treienta y tres –contestó mirando su reloj de pulsera.
–Las doce treinta y tres. Puedo sentir cada segundo en mi cabeza, ¿sabes? Te he escuchado levantarte, destapándome y arropándome después, como siempre. Me he vuelto a dormir. He apagado el despertador las seis veces de costumbre. Me he duchado y me he puesto esta estúpida camisa blanca. El café ya estaba frío y he preparado otro. Después fueron estos pantalones y las botas que compré el invierno pasado. Me he maquillado sin prisa pensando que hacía un buen trabajo. Tenía tres horas por delante, la primera vez que me sobra tanto tiempo… te habrías sentido orgulloso de mí. Sólo quedaba colgarme los pendientes, enfundarme la chaqueta y salir a la calle… pero tres horas suelen dar para mucho más, me parecía demasiado tiempo así que encendí la televisión contenta y relajada. No estoy muy segura ahora, pero creo que en ese momento fue cuando comencé a ponerme nerviosa. Nunca pensé que la programación de la mañana pudiese superar en cantidad de mierda a la de la tarde. Por suerte para ti, y para tus partidos de baloncesto, la apagué antes de querer tirarla por el balcón… aunque pensándolo en frío, tampoco hubiese conseguido nada… esos personajillos matinales seguirían estando a no ser que alguno pasase por nuestra calle justo cuando yo lanzase el maldito trasto, cosa que veía improbable a menos que se duplicara semejante ser… Bueno, como iba diciendo: la apagué. La apagué y puse un disco de Pep Morrison para intentar regresar al estado de tranquilidad del que no tenía que haberme ido. Y casi lo consigo… a ritmo de “Jinetes en la tormenta” fui a la habitación y abrí el cajón donde guardo mis pendientes, pero… y aquí llega el punto chungo… mis pendientes no estaban. Miré en el resto de los cajones, bajo la cama y hasta en el cajón de tus calzoncillos. Tranquila y pausada miré por la cocina, detrás del microondas y en el cesto de la ropa sucia. En el cuarto de baño, en la taza del váter. En el salón, no hace falta que lo describa. Hasta en la puta bolsa de la aspiradora. Lo único que me queda es levantar el suelo… no encontré el cortafríos.
–Nena, son sólo un par de pendientes… si no han salido de casa por sus propios pies, aparecerán.
–No, no son  sólo un par de pendientes… son mis pendientes de plata. No puedo salir a la calle sin ellos.
–No seas así. Piénsalo… antes de tener esos pendientes podías salir a la calle igual.
–No. Todo me salía mal. Los necesito.
–¿Y si no vuelven a aparecer? ¿Te quedarás aquí, encerrada, para siempre?
–Si. Y ni se te ocurra comprar otros para engañarme. Puedo oler tus intenciones y te aseguro que no funcionará. Los conozco bien, muy bien.
–Pero, Nena. No te das cuenta que no puedes depender tanto de algo para hacer las cosas.
–No es “algo”… son mis pendientes de plata. Para ti pueden ser gilipolleces, pero no todos somos iguales.
–…no me parecen gilipolleces, sólo digo que no debes dejar de seguir adelante por eso. Además, ni siquiera son de plata.
–No empieces con eso… para mí como si son de goma. Son mis pendientes de plata y punto. Y no pienso ir a esa estúpida comida sin ellos.
–Bien, vale. Pero déjame decirte algo: llevas con esos pendientes tres años, y es verdad que se me hace raro verte sin ellos. Recuerdo la gran ilusión que te hizo cuando los compraste en la Plaza Azul de…
–Oh, joder! No, no, no… como siempre, nunca te acuerdas de nada. Los pendientes me los regaló una anciana en el Portal de Alejandra, hace cinco años…
–Vale, seguro que fue así… pero a donde yo quiero llegar es a que quizás ya no los necesites y no lo sepas. Piénsalo. Cuando los has llevado, las cosas te han salido, casi siempre, y bajo tu punto de vista, más o menos como tú has querido, ¿verdad? Pero lo que no sabes es cómo te habría ido si no los hubieses tenido puestos. Es más, hasta hace cinco años habías sobrevivido sin ellos. Conclusión: yo que tú me cambiaría de camisa e iría a esa comida, sin darle más vueltas.

La chica se erigió, mirando al chico con cierta expresión de odio:

–Iré a esa estúpida comida, aunque ahora casi lo hago más por no tener que aguantarte toda la tarde dándome el coñazo. Eso sí: te prometo que como algo salga mal, te mataré.






Con la intención de acabar esta historia cuanto antes, la chica llegó al lugar del encuentro con más de una hora de antelación y sin pendientes, cuando aún no había nadie en el restaurante. Pidió en el bar un zumo amargo de cereza, encendió un cigarrillo y sacó de su bolso el libro reservado para las esperas, todavía con el marcapáginas pegado a la solapa. Ya era hora de empezarlo, pensó justo en el momento en que el camarero se acercó a ella:

–Señorita: le llaman por teléfono.
–¿A mí?
–Supongo. No hay nadie más aquí…
–Bien. ¿Dónde lo tengo?
–Allí –dijo señalando el final de la barra, donde efectivamente un teléfono blanco colgaba de la pared con el auricular descolgado sobre la madera.






–Lo sabía, te lo dije… esta vez me hubiese gustado equivocarme, de verdad –dijo nada más entrar en el piso, tirando al sofá la chaqueta, el bolso y el libro que aún no había guardado -, pero no. ¿Ves? Algo malo tenía que pasar.
–¿Malo? No creo que sea malo. Sólo te has equivocado de día, pero es mañana. Lo jodido hubiese sido que fuese ayer.
–¡Oh! No empieces a intentar sacar lo positivo de la mierda cuando he perdido una mañana entera haciendo el gilipollas por no escribirme las notas a graffiti en la pared.


La chica continuó hablando mientras entraba en el cuarto de baño. El chico, que había dejado el salón más o menos como estaba antes de la gran avalancha matutina, la escuchaba no con demasiada claridad. Se sentó en el sofá intentando prestar la máxima atención, pero no lo consiguió al ver como de entre la chaqueta, el bolso y el libro sobresalían, con la intención de huir, dos círculos plateados que se metió al bolsillo del pantalón automáticamente y sin remordimiento.

24.3.11

En sus ojos

1 - Abrir el grifo, en posición del agua caliente, hasta que la temperatura alcance los 28,47ºC o, en su defecto sea 8,36ºC menor que la de su temperatura corporal en el momento del proceso.

2 - Mojar las manos y brazos, hasta la altura del codo, repartiendo por todas las zonas la misma cantidad de agua y teniendo en cuenta que el suelo no forma parte de nuestro cuerpo ni se limpia del mismo modo..

3 - Frotar las manos con jabón haciendo abundante espuma en dirección al codo durante 14,08 segundos, o lo que se tarda en tararear los primeros compases del Claro de Luna de Beethoven.

4- Paso opcional: con un cepillo de dientes que no cumpla ni haya cumplido su misión original, rasque bajo las uñas, entre los dedos y el dorso de la mano, suavemente para no causar daños y perjuicios en la piel. Y siempre en dirección a los codos.

5- Enjuagar bien con agua tibia asegurándose de no dejar rastros de jabón por ninguna zona.

6 - Secar con una toalla esterilizada aplicándose ligeros toques sobre la piel, sin llegar nunca a frotarla, o con un secador de aire caliente. También cabe la posibilidad de emplear ambas técnicas, a la vez o por separado.



Lena seguía al pie de la letra las instrucciones del manual. Incluso había comprado la colección de vídeos en edición de lujo para DVD que cada domingo vendían con el diario DFG, presentados por la popular top model Katia Mor, y con introducción del Doctor Valenco Risso, especialista en la rama de la copa del árbol más alto de la Medicina. Pero siempre, al terminar concienzudamente el proceso, sus manos quedaban igual de sucias.

Resignada a caminar así desde hacía mucho tiempo, subió al autobús como todas las mañanas para ir al trabajo. Allí se quedaba de pie, al fondo, agarrada a la barra mientras observaba cómo resplandecían las manos del resto de pasajeros. En la calle, un obrero hacía un hoyo en el suelo, con las manos impecables.

Dos paradas después, una niña y la que seguramente sería su madre, se colocaron junto a ella. Lena notó un leve roce en uno de sus dedos, y al bajar la cabeza se encontró con la mirada de la chiquilla, que le sonreía. Por más que lo intentó, no pudo devolverle el gesto y bajó en la siguiente parada para perderse segundos después entre la multitud. Mientras, dentro del autobús la niña aún sonreía:

—¿De qué te ríes?
—La chica esa. Me gustaba como olían sus manos, las tenía muy limpias.
—¿Sí?

—Sí, mamá… pero tenía los ojos raros, creo que era ciega.

3.3.11

La otra cara de la Luna

abraza la oscuridad
yo la luz
al mismo tiempo…

…y viceversa…

en ángulo opuesto
tus párpados tardan en abrir
el reloj que maldice la hora

la mitad compartida
por un camino sin salida
sin laberinto
sin aliento de ti

vueltas en cuadrado
a la glorieta infinita


dímelo otra vez

dónde termina
la maldita
cara buena de la Luna
si no puede estar del revés

20.2.11

Tirar de la cadena

Hay un momento en tu vida, en tu cabeza sin remordimiento, en que lo mandas todo a la mierda… escupirle a la cara al pasado, echarle a la calle a patadas. Y te miras al espejo con esa sonrisa que se retuerce porque las cicatrices te niegan una vez más.


…era mi día libre,
mi día 0,
allá por el mes de febr… noviembre
ese que uso para no pensar…


Siempre queda un día en la retina
en el que quieres acabar con todo,
empezar de nuevo,
de cero

y tirar tu pasado por la borda,
por la ventana,
quemarlo sin que las lágrimas
apaguen el fuego.


…en la habitación ya no hay perfume,
sigue igual de sucia como la dejé…


Papeles arrugados,
insolubles,
algunos olvidados,
el viento no se los llevó,
te engañó el tiempo
que dijo ser su mejor aliado



…y sin embargo sigue siendo igual,

el día que quise dejar de verte no apareciste…

17.2.11

catorcepuntodos

I.

Ayer soñé que te mataba,
pero al primer disparo
desperté


era catorcedefebrero
él le regaló una mansión en la Luna
ella le juró amor eterno

Él era él
Ella era ella



II.

-¿Qué harías tú por verme? – preguntó sin saber preguntar.
-Todo – contestó sin saber contestar.

Hoy soñé que me matabas,
pero desperté y ya no estabas.

era catorcedefebrero
él puso los pies sobre la mesa
ella cambió al canal de la tristeza

Él era él
ella era ella
ella era otra
ellos no eran nos



III.

-¿Qué harías tú por verme? – preguntó por preguntar.
-Matarte – contestó por contestar.

Mañana soñé que nos matábamos

y ya no pudimos despertar

12.2.11

Ser

huye el eco en sombra
sin querer escapar
de nada,
del cuarto vacío
del cuadro perdido

ego

pequeñas gotas de sudor frío
espaciotiempo
estancados

hielo en lo profundo
sal en lo difuso


las huellas dactilares de la sinrazón
cambian épocas pasadas por agua
siempre peores
por agonizantes días de espuma
de nenúfares en los pulmones

5.2.11

Quien no quieres que sea

cómo ser quien no quieres que sea,

porque te lo digo y no me hablas,
cierras tus entrañas
selladas en cal viva,
morirías antes de mirarte al espejo
envuelto en saliva y rabia,
muérdeme pero no me ladres,
déjame a solas con mi herida,
tú que tanto querías
ser la protagonista
de esa puta canción country
vestida sin ocasión,
sin raza ni verbo.
soy deshecho de tu memoria
que ríe y no llora
con los párpados apretados.
quiero ser parte de ninguna parte
de tu alma furtiva
que flota a la deriva.
no me nombres,
nunca estuve allí,
ni fui tu palabra ajena a la ignorancia,
ni canto rodado,
ni alfombra sucia.

no sé siquiera
si quiero ser

quien no quieres que sea.

4.2.11

S

cruces que pinta el destino

hablan
callan
manosean
viven

cierran a cremallera

bocas ajenas


inyectando en la saliva
dulcesamargos
panessecos
cual veneno sin remedio
                                      (ni remordimiento)


en cualquier puerta
que dejaste abierta
en algún rincón
del laberinto paladar

empalagan milydos sabores
caracteres
divinos
mortales

de cuando algún dios creció
revolviéndote las tripas
en su jardín de la abundancia

deseoso de la tentación del olvido
por temor a la tristejodida infancia
sigue buscando lo perdido
ahogándose bajo el vacío
del cielo

ese cielo
  

tu mar

3.2.11

Conociendo a Juanita Doll

–¿Por qué me mira así? No puedo soportarlo. Con otra gente la he visto actuar y parece tierna y dulce, como cuando estuvo con tu prima toda la tarde sin parar de reír. Daba la sensación de no haber aplastado una mosca en su vida, pero cuando yo la tengo enfrente parece que quiera abrirme en canal.

–Dale un poco de tiempo, Nina, acabáis de conoceros. Además… puede que se sienta algo incómoda metida en esa caja. ¿Por qué no pruebas a sacarla?

21.1.11

Cosas que hacen que la vida sea una mierda #3 (Impasibles)

A cinco metros de distancia, un varón de raza blanca estiraba del bolso de una anciana de enorme tamaño tirándola al suelo, mientras unos niñitos jugaban a lanzar piedras sobre los patos del estanque. En uno de los árboles del parque, un dulce jilguero, testigo de excepción, mascaba tabaco y picoteaba sobre la corteza motivos obscenos…

–Hola, ¿qué tal te va? –preguntó el Chico sentándose en el banco.
–Bien, supongo… –contestó Ella, aún sin mirar a ninguna parte.
–¿Supones?
–Sí, todo es un suponer…
–¿Ya te pones filosófica?
–¿Qué filosófica ni qué narices en vinagre? Ahora el “suponer” va a ser filosófico… Si los griegos levantasen la cabeza nos iban a coser el culo a patadas…
–Entonces estás bien…
–Si… psé psá… de los últimos cuarenta currículums que he echado no me han llamado de ningún sitio. He dejado la universidad porque me sentía incapaz. He engordado dos kilos en la última semana y acabo de dejar a mi novio.
–¡Buah! Mujer, para currar en el BurryKing tienes toda la vida, pero para pudrirte en la universidad siempre hay tiempo. Además piensa que podrías estar más gorda, más fea y que nadie te quisiera.
–¿Has escuchado lo que acabas de decir?
–No.
–Ya lo suponía… Bueno, ¿y tú qué tal?
–Ayer me encontraba fatal e intenté suicidarme tomando un bote entero de pastillas, pero cuando iba por la segunda me sentí mucho mejor.



…y a la vuelta de la esquina estallaba la XIV Guerra Universal…