–Como
los ángeles al caer el Sol –respondió a la pregunta de cómo se encontraba.
–¿Sin
alas? –dije yo sin poder separar los ojos de sus heridas, haciendo evidente mi
más completa ignorancia.
–No,
sin sueño.
Ayer
volví a verla, con la cabeza metida en un contenedor y la sangre aún fresca.
Pero esta vez no pregunté. El tren que esperaba no la esperó y, como los
ángeles al caer el sol, se había despojado de sus alas, arrancándolas de cuajo
para tirarlas directamente a la basura.
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