Rubia melena ondulada que caía unos
centímetros por debajo de los hombros, ojos marrones verdosos, nariz fina, boca
grande decorada con unos delgados labios pintados de rojo y dientes blancos
como perlas colocados cada uno en su lugar, piel dorada, pechos redondos y
firmes, piernas largas... sentada en un taburete de la barra de un bar,
pensativa y ausente, la mujer madura espera tranquila a su próxima víctima, uno
de esos individuos que ella considera del sexo débil: un hombre. El tópico de
vincular el sexo débil con la mujer es para ella una idea absurda; el hombre
tiene la fuerza física, pero la mujer tiene la moral que, puede llegar a ser
mucho más poderosa si se usa bien. Y no es que sea feminista, que no lo es; una
idea que no es más que ponerse a la altura de otro concepto tan irracional como
es el machismo, porque los extremismos, sean los que sean, no llevan a nada.
Tampoco odia a los hombres, incluso por ponerse a odiar detesta a más seres de
su sexo que del opuesto, simplemente se divierte jugando con ellos,
descubriendo sus límites, interpretando personajes distintos con cada uno de
ellos. Aún recuerda con cariño a una de sus primeras víctimas, un chico tímido
e inseguro que, después de llevarle a una habitación de hotel, le dejó sobre la
mesa un billete de cien…
–¿Quieres que te ponga otro vodka? –preguntó
de repente el camarero.
–No, gracias, Luis. Creo que hoy me voy a ir
pronto a casa. ¿Puedes pedirme un taxi?
–Claro.
La mujer dejó el dinero sobre la barra y,
después de despedirse del camarero con una amable sonrisa, salió del bar a
esperar a que llegase su taxi, en la calle, donde ya había oscurecido y hacía
algo de frío.
No habían pasado más de cinco minutos cuando
el coche, rojo y con una delgada línea negra en los bordes, apareció:
–Buenas noches –dijo ella tras subirse al
asiento trasero y cerrar la puerta.
–Buenas… ¿a dónde vamos? –preguntó mirando a
los ojos de la mujer reflejados en el espejo.
–Todavía no lo tengo claro, así que conduce
por donde quieras… me apetece dar un paseo.
Sin nada que objetar, el taxista hizo rodar el
vehículo en dirección quién sabe dónde, cambiando el rumbo aleatoriamente según
le iba surgiendo, mientras su pasajera miraba el paisaje urbano y, de vez en
cuando, a los ojos del hombre por el espejo:
–¿Te importa que fume? –preguntó la mujer al
cabo de unos minutos.
–No.
–Para ser taxista eres un hombre poco
hablador.
–Me pagan por conducir, no por hablar.
Sinceramente me parece un coñazo esa gente que sólo está a gusto sin parar de
hablar, diciendo gilipolleces. Yo me pongo en el lugar del otro y pienso que
podrá importarle a la gente lo que piense un taxista… a menos que te pregunten,
claro… quizás no tenga ganas de escucharlo. No sé, no creo que sea extraño,
para mi es normal.
–A mi me parece bien. Eres el primero que no
me pregunta a qué me dedico ni está continuamente mirando hacia atrás o por el
retrovisor a ver si en un descuido le enseño la entrepierna.
–Ya ves, amiga… no se puede meter a todo el
mundo en un mismo saco. Siempre hay excepciones para todo.
–Y yo me alegro de haberme topado con una, en
serio.
–Tampoco te confíes, también puedo ser tan
idiota como el resto. Depende cómo se mire.
–No sé… a mi me pareces buen tipo – dijo
sonriendo.
El hombre abrió su ventanilla y encendió un
cigarrillo aprovechando un semáforo en rojo:
–Oye, perdona si te molesto… ¿te han dicho
alguna vez que te pareces a Lita Ford? – preguntó después de otro silencio.
–¡Ja, ja, ja! –rió a carcajadas.
–¿Qué pasa? ¿Te ríes porque ya me parezco más
a uno de tus taxistas habituales?
–No, que va. Es por tu pregunta, me ha hecho
mucha gracia. Nunca me habían dicho algo así, me comparan más con Kim Wilde.
–¡¿Kim Wilde?! Eso si que no.
–Que va, te estaba vacilando.
–…
–Oye… Ray –dijo inclinándose para poder leer
la ficha de identificación que había bajo el taxímetro –: déjame justo en esta
cera… me apetece andar un rato hasta casa.
–De acuerdo.
–Que tengas buena noche… me alegro de haberte
conocido, ha sido un paseo muy agradable, de veras –dijo estrechándole la mano.
–Igualmente, amiga.
La mujer salió del vehículo y comenzó a
caminar por la calle, mientras, Víctor, sin moverse, miraba su contoneo de
caderas, hasta que la figura se perdió al torcer una esquina; fue entonces
cuando el taxi volvió a rodar.
Pero al llegar a ese mismo lugar por donde la
dama había desaparecido se le ocurrió seguirla y entró en esa calle, donde para
su sorpresa la mujer le esperaba, parada en mitad de la calzada mirando al
frente…
…El taxista tuvo que dar un frenazo en seco
para no atropellarla y el coche quedó a escasos centímetros del cuerpo de la
mujer que, ante la atónita mirada del conductor, ni se movió; estaba allí,
parada, con los ojos clavados en él y con una maliciosa sonrisa dibujada en su
rostro:
–Sabía que volverías –dijo la mujer al entrar
en el coche de nuevo, aunque esta vez en el asiento del copiloto.
–Pero… tú estás loca, he podido matarte y ni
siquiera te has movido…
–Cállate –ordenó abalanzándose sobre él y besó
su boca lascivamente.
Ya no podía reaccionar, le había absorbido y
no era capaz de escapar, por lo que se dejó hacer… ambos se fundieron
desgarradamente, sin apenas hablar, durante varios minutos… después calma
total… Víctor cayó dormido sobre el regazo de la mujer, que acariciaba su
cabeza mientras fumaba un cigarrillo…
Al amanecer, el coche, que continuaba inmóvil
en el mismo lugar, dio marcha atrás para salir del callejón, llegó a la calle
principal y salió de allí en línea recta perdiéndose en la ciudad.
Poco después, un elegante hombre de negocios
esperaba en la parada de los taxis y levantó su mano derecha al ver aparecer
uno de ellos, pero éste pasó de largo ante su sorpresa.
Dentro del taxi, la mujer madura sonreía
mientras pensaba qué hacer con su “equipaje”…
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