20.12.10

El Templo de los Iguales

A la luz del mediodía, La Miseria, con sus guantes deshilachados y las orejas escarchadas, donde el más afortunado tenía un cigarrillo reutilizado en la boca, rondaba la puerta de la casa de un conocido señor cuando, al doblar de las campanas, se puso toda en pie formando el pasillo por el que comenzaba a salir La Riqueza, vestida para la ocasión con la cabeza gacha, aunque llena de orgullo al haber lavado su conciencia en el platillo de la caridad. Por eso depositaron en las manos de “los otros” algo de aire viciado y alguna mirada de desprecio.

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